viernes, 7 de septiembre de 2007

Duermevela (relato para dos voces)

Llevo años soñándola. Mucho antes de conocerla, antes siquiera de que adquiriera forma definida en mi pensamiento, fue habitante permanente de mis sueños desde la primera noche que decidió aparecerse en ellos, como un algo indefinido, una sensación incierta que con el tiempo se transformó en una omnipresencia, aún confusa, que envolvía mis noches entre su neblina luminosa, partera de alegrías y origen a la vez de una impaciencia aguda, de inquietud ansiosa ante lo que, sin conocer, se añora.

–Como si estuviera esperándome. Como si lo hubiera sabido siempre, allí sentado nomás, mirándome con esos ojos de hielo suyos, con esa mirada táctil fugada de mis sueños, tantísimas veces recorriéndome toda, sin hablar, con unos dedos tan fríos que inevitablemente el temblor de mi cuerpo me hacía despertar.

De manera que fui feliz la primera vez que el sueño la manifestó como un ente corpóreo, y seguí siendo feliz –feliz y ansioso– las madrugadas en que, ya despierto, su mirada café persistía en amarrarse a mis recuerdos. Surgiste, ninfa de la dicha y el estrés, y te sigues columpiando en mi memoria.

–No supe jamás su nombre, es cierto. De él no tenía el menor conocimiento, salvo la certeza absoluta de que también existía al otro lado del sueño, de que tarde o temprano nos encontraríamos, y de que entonces conocería los motivos de aquellos presagios helados que no me permitían dormir en paz.

No sé cuánto duró la búsqueda. Abandoné edad, salud y suelas en las aceras de la ciudad, educando mis ojos para conseguir reconocerla entre las multitudes anónimas que deambulaban por las calles. Caminé y observé, interrumpiendo mi andar solamente para dormir y poder volver a soñarla. En un ciclo que pudo ser eterno, soñé, busqué y volví a soñar, hasta el día que por fin la descubrí inmersa en el gentío de un supermercado.

–Fueron unos meses terribles. ¿Usted sabe lo que es vivir en ese constante azoro? De verdad, de pronto, a partir de esos ojos, mi vida, hasta entonces normal, se transformó por completo. Tengo suerte de no haber sido enviada a un manicomio. Mi familia, mis amistades, mi empleo; poco a poco lo fui perdiendo todo, todo menos esa mirada. Esa mirada, y el frío.

Jamás me perdoné por haberla perdido, por no correr más rápido. Pero es que bastó la hipnosis automática con que me devolvió la mirada, ese instante delicioso que me fusionó al mármol de imitación, para que ella desapareciera entre el área de cajas. Aun así el instinto supo dirigirme hacia el autobús en que pude distinguirla –apenas una mancha en la ventanilla– alejarse de nuevo hacia mis tinieblas.

–Así que no fue una sorpresa descubrirlo esa tarde en el centro comercial, ¿sabe?, mirándome, inmóvil, como si hubiera estado plantado en ese lugar toda la vida. De cualquier manera me invadió el pánico y rehuí el encuentro; abandoné la compra y corrí, abriéndome paso a empujones y condenándome con mi cobardía a permanecer en aquella duermevela febril, fatal, de hielo y pastillas para los nervios.

EI autocastigo: no volver a soñarla, ni dormido ni despierto. Cerré los ojos hasta que me ardieron, pero todo fue inútil contra ese subconsciente verdugo que me negó el consuelo durante semanas, tortura de la que por fin escapé aquella mañana en que, bajo un laurel del Parque de la Paz, su imagen me bañó con tanta fuerza que, tras el desmayo, pude inferir con certeza una premonición.

–Por eso, a fin de cuentas, acepté el encuentro que el instinto me exigía. Por eso dejé que mis piernas me guiaran bajo la llovizna, sin pensar, hasta el parque al otro lado de la ciudad, distante como todo buen oasis. Porque sabía que sólo así podría descansar, por eso acudí a la cita definitiva, a ese encuentro en que él, otra vez, como en mis sueños, también estaría, sentado en una banca. Y mirando. Siempre mirando.

Y aquí estoy desde entonces, esperándola, seguro de que ella acudirá un día, guiada no sé si por el sueño o por la vigilia, aquí por no sé qué mecanismos perros de este destino guasón, convencida igual que yo de que en esta banca del parque nos toparemos con el sueño materializado, con la imagen encarnada predestinada desde el inicio de las épocas, extrañamente atisbada por este par de miserables mortales, para poder constituir sin obstáculos esta realidad que compartiremos hasta el final. Y sólo espero. Fumo, leo, canto, o simplemente miro, sentado; pero ya nunca duermo.

* * * * *

(sollozo)

–Es verdad, no sabía nada de él, más que su mirada comenzaba a traspasar el muro de los sueños, y que el frío que me provocaba era primo hermano del miedo. Por eso la pistola robada al cajón de mi padre. Por eso los seis disparos, y luego los golpes y las patadas al cuerpo tirado sobre la hierba. Por eso, licenciado, por el sueño, por el frío. ¿Usted me entiende?

7 comentarios:

Guillermo Paniaga dijo...

Uh, pico, tremendo!!! Voy a postear o te voy a mandar un cuento... y después sacamos conclusiones!!! Un abrazo

Guffo dijo...

Saludos Colega. Te queremos invitar a colaborar al proyecto impreso y de web ¡#$%&! Cómics. Puedes checarlo aquí www.revistadecomics.blogspot.com

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Saludos y buen inicio de semana.

Pico de Gallo dijo...

El Guille: Recibido el texto, ya lo he leído con detenimiento; te mando un mail enseguida. Muchas gracias, como siempre, por tus valiosas palabras, que tanto me enorgullecen por venir de alguien tan talentoso...

Guffo: Muy honrado por la invitación. La recojo con mucho gusto y ya mismo te remito un mail.

Vill Gates dijo...

Oye, me ha gustado mucho el relato. Ya había pasado por aquí otras veces.
Un final... casi de tango o de película francesa.
El amor que de tan amor es tragedia.
Que no se puede soportar como nos hace vivir con el coraxón tan henchido y nos afixia.
En definitiva: El amor.

Pico de Gallo dijo...

Te agradezco el generoso comentario, Vill. Y sí, la intención que subyace en el relato es precisamente la que dices, plasmar metafóricamente uno de esos amores que matan, de tan inmensos y agobiantes... Por mi parte, ya he comenzado a adentrarme en la Historia de Martín, que ofreces en tu blog. Ahí me tendrás frecuentemente. Un saludo afectuoso.

sirako dijo...

Soy hombre de pocas palabra,s pero muchas voces; ejem.

Pico de Gallo dijo...

Pues sólo nos resta desear que las "muchas voces" que usté escucha no sean un síntoma de esquizofrenia... ¡Mil gracias por la visita, maese Sirako!