miércoles, 26 de septiembre de 2007
Bello durmiente
viernes, 7 de septiembre de 2007
Duermevela (relato para dos voces)
De manera que fui feliz la primera vez que el sueño la manifestó como un ente corpóreo, y seguí siendo feliz –feliz y ansioso– las madrugadas en que, ya despierto, su mirada café persistía en amarrarse a mis recuerdos. Surgiste, ninfa de la dicha y el estrés, y te sigues columpiando en mi memoria.
–No supe jamás su nombre, es cierto. De él no tenía el menor conocimiento, salvo la certeza absoluta de que también existía al otro lado del sueño, de que tarde o temprano nos encontraríamos, y de que entonces conocería los motivos de aquellos presagios helados que no me permitían dormir en paz.
No sé cuánto duró la búsqueda. Abandoné edad, salud y suelas en las aceras de la ciudad, educando mis ojos para conseguir reconocerla entre las multitudes anónimas que deambulaban por las calles. Caminé y observé, interrumpiendo mi andar solamente para dormir y poder volver a soñarla. En un ciclo que pudo ser eterno, soñé, busqué y volví a soñar, hasta el día que por fin la descubrí inmersa en el gentío de un supermercado.
–Fueron unos meses terribles. ¿Usted sabe lo que es vivir en ese constante azoro? De verdad, de pronto, a partir de esos ojos, mi vida, hasta entonces normal, se transformó por completo. Tengo suerte de no haber sido enviada a un manicomio. Mi familia, mis amistades, mi empleo; poco a poco lo fui perdiendo todo, todo menos esa mirada. Esa mirada, y el frío.
Jamás me perdoné por haberla perdido, por no correr más rápido. Pero es que bastó la hipnosis automática con que me devolvió la mirada, ese instante delicioso que me fusionó al mármol de imitación, para que ella desapareciera entre el área de cajas. Aun así el instinto supo dirigirme hacia el autobús en que pude distinguirla –apenas una mancha en la ventanilla– alejarse de nuevo hacia mis tinieblas.
–Así que no fue una sorpresa descubrirlo esa tarde en el centro comercial, ¿sabe?, mirándome, inmóvil, como si hubiera estado plantado en ese lugar toda la vida. De cualquier manera me invadió el pánico y rehuí el encuentro; abandoné la compra y corrí, abriéndome paso a empujones y condenándome con mi cobardía a permanecer en aquella duermevela febril, fatal, de hielo y pastillas para los nervios.
EI autocastigo: no volver a soñarla, ni dormido ni despierto. Cerré los ojos hasta que me ardieron, pero todo fue inútil contra ese subconsciente verdugo que me negó el consuelo durante semanas, tortura de la que por fin escapé aquella mañana en que, bajo un laurel del Parque de
–Por eso, a fin de cuentas, acepté el encuentro que el instinto me exigía. Por eso dejé que mis piernas me guiaran bajo la llovizna, sin pensar, hasta el parque al otro lado de la ciudad, distante como todo buen oasis. Porque sabía que sólo así podría descansar, por eso acudí a la cita definitiva, a ese encuentro en que él, otra vez, como en mis sueños, también estaría, sentado en una banca. Y mirando. Siempre mirando.
Y aquí estoy desde entonces, esperándola, seguro de que ella acudirá un día, guiada no sé si por el sueño o por la vigilia, aquí por no sé qué mecanismos perros de este destino guasón, convencida igual que yo de que en esta banca del parque nos toparemos con el sueño materializado, con la imagen encarnada predestinada desde el inicio de las épocas, extrañamente atisbada por este par de miserables mortales, para poder constituir sin obstáculos esta realidad que compartiremos hasta el final. Y sólo espero. Fumo, leo, canto, o simplemente miro, sentado; pero ya nunca duermo.
–Es verdad, no sabía nada de él, más que su mirada comenzaba a traspasar el muro de los sueños, y que el frío que me provocaba era primo hermano del miedo. Por eso la pistola robada al cajón de mi padre. Por eso los seis disparos, y luego los golpes y las patadas al cuerpo tirado sobre la hierba. Por eso, licenciado, por el sueño, por el frío. ¿Usted me entiende?